jueves, 28 de julio de 2016

Mami, ya me sale la colada

En febrero de 2012 falleció mi mamá, meses atrás se le había detectado adenocarcinoma gástrico y tras una dura... durísima batalla entre el IESS (Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social) y SOLCA (Sociedad de Lucha Contra el Cáncer del Ecuador), peleando contra absurdos trámites burocráticos, algunos (pocos) médicos residentes indolentes, familiares desleales y falsos amigos, observamos la gracia de Dios al reconocer que si bien era un proceso cansado, también era un proceso enriquecedor en el que experimentamos la solidaridad humana en personas que jamás imaginamos, vivimos la brillantez y calor humano de cirujanos, oncólogos, enfermeros(as), en fin, mucha gente que sin saberlo fueron luz en momentos grises. Fue tan bueno el Señor conmigo, que escuchó mis oraciones, pues no le permitió sufrir mucho tiempo. 

Recuerdo cuando su oncólogo me dio la noticia tras revisar sus últimos exámenes "llévela a la casa", sin entender le repetía sus síntomas, que se había incrementado el temblor y dolor en sus manos, que la había ingresado de emergencia al Omni Hospital porque ya no podía dormir pues en cuanto cerraba sus ojos le faltaba el aire, entonces me miró a los ojos y con el intento de bondad más grande que pueda poner un médico en su voz me explicó "tu mami está en etapa terminal, te voy a ayudar con la orden para que tramites el tanque de oxígeno, no podemos hacer más...". 

Salí y me senté en una silla del pasillo, sola, entendiendo lo que es ser hija única, deseando que mi padre estuviese sosteniéndome y no trabajando como médico en Colombia, que los familiares con los crecí estuvieran allí en Guayaquil y no en España e Israel. Helada, paralizada, sin saber qué hacer ni cómo enfrentar esa situación, saqué mi BlackBerry y escribí a mi buena amiga Kathita Saavedra "acaban de desahuciar a mi mami" escribí. No recuerdo si me llamó o escribió, solo que después de eso me pude levantar y hacer lo que debía hacer. No puedo profundizar en lo que vino después, es una herida que aún no cicatriza del todo. A la mañana siguiente, a los 54 años de edad mi mamá falleció de un paro cardiorespiratorio. 

Mucho he aprendido gracias a incontables errores y fracasos que he tenido en estos más de cuatro años, siempre he podido levantarme gracias a esa pequeña dosis de humildad y perseverancia que recibí durante el 2011 y que está presente en todos los seres humanos, lista a despertar en nosotros en algún momento y que, considero yo, es una bendición cuando por fin alcanzamos a entenderla.

Para todo aquel que haya perdido a su madre, será fácil entender que esto marca un antes y un después en la forma de ver la vida, todo lo que llegaba "fácil" con la madre ahora requiere de investigación, sometimiento a prueba y error, confianza y algunas veces decepción. Entonces la recuerdas al escuchar una canción que sonaba aquella vez que la viste sonreír, cuando tienes que remendar una blusa y te falta tiempo, cuando intentas comprar ese ungüento que te puso en el pecho y ayudó descongestionar hasta los poros de tu cara, cuando te cruzas en la calle con alguien que llevaba su perfume, la recuerdas incluso cuando quieres sentir ese sabor a colada que detestabas cuando niña pero que ahora, en tu madurez, quieres probar para ver si has cambiado de parecer.

Y bueno... ayer (por la tarde en Argentina y noche en España) en el grupo familiar de whatsapp una tía (a quien considero mi segunda madre, mi "mami Pilly") contó que cenaría, entre otras cosas, acompañada por una bebida con manzana, en la noche al salir de la universidad abrazada por el frío rosarino que ayer bajaba la temperatura a nueve grados vi en una verdulería unas pequeñas manzanas rosadas perfectas para colada y ya estuvo, no necesitaba más. Ganas de colada, frío y manzanas ¿qué otra señal necesita una ecuatoriana para obligarse a sentir el calor de hogar? Al llegar a casa busqué infinidad de recetas en internet hasta que encontré la que más se asemejaba a la que mi mamá preparaba y cuando por fin estuvo lista, después de cortar, cocinar, licuar y cernir... alcancé el mismo sabor de la bebida de mi mami, pero esta vez, no sé si por la añoranza o la madurez, la colada me hizo feliz.