sábado, 17 de noviembre de 2018

No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha


«No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha».

Aplicado a la realidad actual es casi imposible. La mayoría no comparte medio pan sin hacer un video o mínimo un autorretrato antes, para subirlo a sus redes. ¿Esto es malo? Quiero creer que no, que aunque sea producto del ego, tiene un resultado positivo y es el contagiar, de alguna manera, la solidaridad. Mi incomodidad tiene que ver con el sector político que ha encontrado en la «generosidad» el mejor filtro para tapar su espíritu arribista.

Para darme a entender pondré de ejemplo lo que aprendí de mi madre. Tengo recuerdos de antes de ingresar al jardín de infantes, ir tomada de una cálida mano protectora, mirar hacia arriba buscando un rostro como el marinero que necesita las estrellas cuando está en el mar; ladridos de perros, casas de caña, niños jugando descalzos en la tierra y esa voz…la voz dulce que nunca olvidaré, hablándome, calmándome. Llegamos a una casa de madera y caña y la dueña de ese sonido sereno, mi madre, tras saludar y aceptar el vaso de jugo que con cariño era ofrecido, en un vaso metálico desgastado, pero muy limpio, abría las fundas grandes que cargaba e invitaba a los anfitriones a probarse algo, ropa. Había para hombres, mujeres y niños. Algunas cosas encajaban a la perfección, otras quedaban un poco grandes, pero la felicidad en aquellos rostros, el brillo en los ojos de los niños que se probaban ropa usada que para ellos era nueva… era como la Navidad. Yo no estaba recibiendo nada, minutos antes sentía algo de temor por caminar por lugares donde no conocían el cemento o el hormigón, pero ver a esos niños, algunos más grandes que yo, tan felices, con tan poco, me enseñó humildad, gratitud, esperanza. Solidaridad. Mi mamá sin gastar un centavo en un regalo material me estaba entregando con esa experiencia un tesoro.

La historia se repitió muchas veces. Mi mamá pedía ropa usada en buen estado a sus conocidos en Sta. Rosa y los fines de semana iba a las zonas menos turísticas de la capital bananera del mundo y ponía su granito de arena para que, aquellos que tenían un poquito menos que ella, olviden por unos minutos una de sus carencias. Jamás se tomó una foto.

Luego vinieron los trámites para construir el Instituto en el que trabajaba, pues los niños discapacitados del cantón disponían de tres habitaciones, divididas por creativas maestras, en un pequeño espacio que la casa comunal de un barrio santarroseño había cedido para atender a estos infantes. Pero los moradores necesitaban su espacio también. En mi primer viaje a Quito conocí el, en aquel entonces, Honorable Congreso de la República del Ecuador. Me dio «soroche» en la oficina del diputado Franco Romero y este me prestó un pañuelo para secarme el sudor frío que acompañaba mi frente. Mi mamá invertía sus pocos ahorros conseguidos como maestra, en gestionar una obra que necesitaban sus tan amados «niños especiales». Nuevamente no hubo fotos, no tenía tiempo, no lo consideraba necesario, lo imperante era atender a los niños discapacitados de Santa Rosa. Una vez que el Instituto fue inaugurado comenzaron las propuestas para que se acercase a la vida política. Año tras año, personas de distintas tendencias políticas se acercaban a mi hogar, en reuniones que parecían no tener fin ella repetía su negativa. No le interesaba, ella ayudaba porque sentía que era su deber, si bien éramos pobres, pensaba siempre en aquellas madres de escasos recursos que debían atender a sus niños, pagar distintas terapias, enfrentar las miradas de una sociedad que en aquel entonces era todavía ignorante y a veces insensible. Esas madres necesitaban el alivio de contar con un lugar seguro y adecuado para sus hijos.

No fue sino hasta que pensó en la posibilidad de, a través de la política, el arte de servir a los demás, conseguir las ampliaciones y mejoras que el instituto requería, que aceptó candidatizarse. Tres agrupaciones le propusieron ser candidata a concejal en aquel año, tomó la decisión con base en cuál grupo estaba integrado por las personas que más habían ayudado a sus niños especiales.

Para su campaña no utilizó el mensaje lastimero. Por ser de una familia de pocos recursos económicos, pero con grandes y entrañables y amigos, muchos hicieron donaciones, pequeñas, pero valiosas. Recorrimos la ciudad, me encantaba acompañarla, estar en contacto con la gente, verla llevar su mensaje esperanzador por la prosperidad de Santa Rosa. Cuando muchos dormían ella ya estaba conversando con los señores jornaleros que esperaban su transporte para ir a las bananeras. Recorría el mercado, las calles, las panaderías, entregando su propaganda, pequeña, económica, pero tras la cual había un sacrificio enorme… recuerdo a esa mujer con el pecho hinchado porque el orgullo y el agradecimiento no me cabe. La amo. Amo su recuerdo, lo que hizo, lo que fue, su sacrificio y su frente alta, su conciencia tranquila.

Pero hoy en día, veo gente de diferentes edades y sexos, peleándose por poner su nombre en una camiseta de fútbol. Queriendo ganar puestos de elección popular organizando campeonatos deportivos. Documentando en diversos formatos cada migaja de gestión o ayuda. Es perverso. Personas que nunca se interesaron por otra cosa que conseguir el whisky más caro, hoy están gritando lo buenas personas que son porque lo garantiza un pedazo de tela con su cara o nombre impreso. Exigen un voto porque como no tienen un legado de servicio al prójimo deben, apuradamente, gastar unos dolaritos en partidos de fútbol para que la gente los conozca y piensen que son buenos. Gente que no regala un cuaderno sin promocionarlo en todas sus redes sociales. Gente a la que no le interesa analizar a qué partido unirán el apellido de su familia a cambio de que consientan su intransigencia de querer ser una autoridad aquí y ahora, sí o sí. No les importa si apoyan una tendencia u otra, siempre que esta les ayude a acariciar su ego. ¡Qué feo! ¿Dónde está la integridad? ¿Dónde están la humildad y sabiduría que los gobernantes deben tener?

Por supuesto, no son todos, veo un par de personas que desde su especialidad siempre han ayudado a sus hermanos santarroseños, desde una oficina o un consultorio, con una firma a tiempo o una brigada médica, pero no ahora por necesidad, sino desde siempre, por solidaridad. Gente que pese a no tener necesidades les enseñaron a sus hijos a trabajar para obtener lo deseado, que mientras más humilde eres más brillas, que no importa si tú debes trabajar como mesero en vacaciones para ganar unos centavos mientras tus amigos se van de viaje a Disney, porque estás sembrando esfuerzo y perseverancia en tu alma. Esa gente me da esperanza, pero no borra la tristeza que me causa el saber que son una minoría. Son personas, a quienes desde pequeña vi trabajar y ayudar, sin permitir que su mano izquierda sepa lo que hace su mano derecha.