lunes, 6 de noviembre de 2017

Esa extraña máquina que es el ser humano

Somos máquinas extrañas, complejas… es divertido cuando aprendemos a conocernos un poco. Mi cuerpo por ejemplo tiene dos emociones que las refleja en la temperatura corporal, la primera es el coraje, pero no me refiero a lo que sientes cuando el conductor del colectivo te deja «en visto» y sabes que si esperas al siguiente, llegarás tarde al lugar al que debes ir. No, me refiero al coraje del tipo descubrir que vendiste un fino producto artesanal y te pagaron con dólares falsos, ante situaciones así, un poco extremas, mis manos, mi rostro, mi estómago arden. La segunda emoción es la indignación, pero no la indignación originada por los que dicen que están peleados con el régimen anterior pero tienen a la misma gente y adoptan las mismas medidas de sus criticados, me refiero a la indignación que te provoca que gente a la que estimas o en la que confías te traicione, en cuyo caso me pongo pálida, helada, no puedo hablar y me tiemblan las manos. Y eso lo viví ayer, en la madrugada más amarga de lo que va del año.

Poco hablo de mi vida personal, pero esta vez es necesario. Mi novio es la persona más dulce y paciente que puedan imaginar, es un hombre muy noble, con defectos como todos los tenemos, despistado con las fechas y favores por ejemplo, pero también es la persona que rompió un muro muy fuerte que durante años edifiqué a mi alrededor. 

Después de la muerte de mi mamá quedé devastada. Me desconecté de quien era yo, ella era mi mejor amiga, mi hermana, mi consejera, mi roca… mi todo, con su fallecimiento perdí a toda mi familia. En un intento por olvidar el dolor y la angustia que me provocaba el encierro en una casa que ya no reconocía como mía; sala, comedor, tres habitaciones internas, dos baños, patio delantero y trasero, gran cocina, habitación exterior, una gata y yo. Silencio profundo, abrumador. Recuerdo quedarme mirando el techo por horas con mi gata junto a mí y escuchar el latido de un corazón solitario. Recuerdo levantarme asustada en las madrugadas, caminar al closet de mi mami y abrazar su ropa buscando un vestigio de su olor para recuperar la calma. Recuerdo llorar en silencio mirando su cama fría y solitaria. Recuerdo sentirme pesada y pequeña. Recuerdo vivir queriendo escapar. Recuerdo haberme convertido en un zombi.

Mi salida fue aceptar cada una de las invitaciones que me hicieran para no estar sola en casa. Trabajar hasta tarde, ofrecerme para trabajar en feriados y quedarme hasta tarde en la oficina. Salir a comer a lugares ruidosos, hacer ejercicio hasta querer vomitar del dolor. Tomar tequila hasta que me dolieran los dientes por el limón y la sal… y bailar, bailaba hasta que me temblaban las piernas. A pocos días de la muerte de mi mamá se presentó Marc Anthony en Viña del Mar, a ella le fascinaba ese cantante, casi tanto como Carlos Vives, puse el volumen a todo lo que daba y dancé por la habitación de mi mami, mirando la tv SONY de pantalla plana con sus grandes 29” en un aspect ratio de 4:3 hasta que salió «Aguanile» y caí de rodillas al piso, llorando sin poder controlarme. El duelo fue una cosa muy extraña, no sé cómo funciona para los demás, para mí fue una gran actuación. Fue mirarme en el espejo a ensayar sonrisas y frases que disimularan mi estado. Controlar desde algún universo paralelo esa marioneta que era mi cuerpo. Soledad, miedo, frío, hambre.

En medio de las múltiples malas decisiones que tomé como zombi, estuvieron las fiestas, mismas en las que descubrí que mi cuerpo anunciaba que me estaba embriagando con un hormigueo en los brazos, ante lo cual me encerraba a vomitar lo consumido para poder salir a seguir bebiendo con una sonrisa en la cara, porque no me debían ver triste. Inspirar lástima me asustaba quizás un poco más que la soledad. Los amigos que entendieron mi dolor y me acompañaron y cuidaron en esa etapa, aunque estemos lejos, siempre podrán contar conmigo, les debo mi vida. Al mirar hacia atrás pienso en todos los peligros a los que me expuse y cómo nunca me pasó nada malo. Tuve un amigo que acompañó, vigilante, muchas de mis sesiones de autoflagelamiento, no sé si debido a que recientemente había pasado por una pérdida similar a la mía, pero tal vez yo estoy viva y casi intacta gracias a él. Durante mucho tiempo fue como un hermano mayor para mí y hasta cuando me he enojado con él he sentido que así debe sentirse discutir con tu familia, estar resentida pero conservar las ganas de protegerlo y verlo triunfar.

Llegaron, poco tiempo después, los amores, uno en concreto. Me volvía a sentir segura, no estaba sola. Pero claro, mi carencia afectiva y mi desconexión con mi verdadero yo pasaron factura. Permití innumerables vejámenes por miedo a no agradarle, a enojarle; fui e hice lo que quiso, él era mi Tierra y yo la Luna que giraba sin cesar a su alrededor. No sé si esta persona fue buena o mala, por respeto a los buenos momentos prefiero no encasillarlo en un papel, pero sí puedo hablar de esa relación, que durante casi dos años destruyó lo poco que quedaba de mí. Él hizo conmigo todo lo que yo permití que hiciera, porque siempre perdoné, hasta que me cansé y rompí el círculo, pero dolió como nunca. Fue un dolor diferente al duelo, esta vez dolía el orgullo… no encontraba mi dignidad, solo sentía vergüenza, me sentía usada y sucia. Recordé que seguía enojada con el mundo.

Durante todos esos años, con o sin relaciones afectivas, yo mantenía la alegría o el coraje como barrera. No profundizaba en nada, era yo manejando la máquina desde lejos, para no quebrarme, para que nadie se entere de lo rota que estaba por dentro. Fingir felicidad, contar los pasos, preparar las frases, medirlo todo, vomitar y sangrar. Entonces conocí a mi novio.

Siento que con él estoy en equilibrio, en calma, tomo decisiones de manera consciente. Planificamos a corto, mediano y largo plazo. Nos enojamos, tomamos oxígeno para calmarnos y nos perdonamos. Hablamos, nos obligamos a ser mejores, a consolidar esta sociedad que día a día fortalecemos y de la que ambos somos pilares igual de importantes.
Este fin de semana estuve a punto de perderlo y sin saber. Mientras un grupo de personas, a quienes me rehúso a denominar «amigos», me mentían sobre su desaparición, se rendían y lo abandonaban, él yacía desmayado exponiéndose a una muerte por broncoaspiración mientras a mí me decían que estaba «jugando en las maquinitas de un casino con su celular apagado». Al conocer la verdad recordé mis días malos, los años en los que pese a ser autodestructiva mis amigos cuidaron de mí, me buscaron y protegieron, porque eso hacen los amigos, eso es lo que se hace por quien a uno le importa. Con los amigos es normal resentirse, alegrarse, solidarizarse o enojarse, pero jamás se podrá vincular la amistad con el abandono.

Los amigos no abandonan.


Si tú que me lees, atraviesas alguna situación de estrés que involucra a un amigo tuyo y estás cansado, tienes derecho a alejarte, pero permite que otro pueda reemplazarte, no le niegues la oportunidad de socorrer a quien lo necesita a una persona que se preocupa por aquel que te estresa, a aquella persona a la que ama. Tú, como amigo, no tienes ninguna responsabilidad ante la ley de ser solidario y buen amigo, pero cuando le mientes a quien puede y quiere brindar su ayuda, estás jugando con vidas humanas, con afectos y responsabilidades que los lazos afectivos encierran.

Intenta siempre ser buen amigo, pero si no puedes con eso, permite que otro pueda portarse como tal.