sábado, 17 de noviembre de 2018

No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha


«No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha».

Aplicado a la realidad actual es casi imposible. La mayoría no comparte medio pan sin hacer un video o mínimo un autorretrato antes, para subirlo a sus redes. ¿Esto es malo? Quiero creer que no, que aunque sea producto del ego, tiene un resultado positivo y es el contagiar, de alguna manera, la solidaridad. Mi incomodidad tiene que ver con el sector político que ha encontrado en la «generosidad» el mejor filtro para tapar su espíritu arribista.

Para darme a entender pondré de ejemplo lo que aprendí de mi madre. Tengo recuerdos de antes de ingresar al jardín de infantes, ir tomada de una cálida mano protectora, mirar hacia arriba buscando un rostro como el marinero que necesita las estrellas cuando está en el mar; ladridos de perros, casas de caña, niños jugando descalzos en la tierra y esa voz…la voz dulce que nunca olvidaré, hablándome, calmándome. Llegamos a una casa de madera y caña y la dueña de ese sonido sereno, mi madre, tras saludar y aceptar el vaso de jugo que con cariño era ofrecido, en un vaso metálico desgastado, pero muy limpio, abría las fundas grandes que cargaba e invitaba a los anfitriones a probarse algo, ropa. Había para hombres, mujeres y niños. Algunas cosas encajaban a la perfección, otras quedaban un poco grandes, pero la felicidad en aquellos rostros, el brillo en los ojos de los niños que se probaban ropa usada que para ellos era nueva… era como la Navidad. Yo no estaba recibiendo nada, minutos antes sentía algo de temor por caminar por lugares donde no conocían el cemento o el hormigón, pero ver a esos niños, algunos más grandes que yo, tan felices, con tan poco, me enseñó humildad, gratitud, esperanza. Solidaridad. Mi mamá sin gastar un centavo en un regalo material me estaba entregando con esa experiencia un tesoro.

La historia se repitió muchas veces. Mi mamá pedía ropa usada en buen estado a sus conocidos en Sta. Rosa y los fines de semana iba a las zonas menos turísticas de la capital bananera del mundo y ponía su granito de arena para que, aquellos que tenían un poquito menos que ella, olviden por unos minutos una de sus carencias. Jamás se tomó una foto.

Luego vinieron los trámites para construir el Instituto en el que trabajaba, pues los niños discapacitados del cantón disponían de tres habitaciones, divididas por creativas maestras, en un pequeño espacio que la casa comunal de un barrio santarroseño había cedido para atender a estos infantes. Pero los moradores necesitaban su espacio también. En mi primer viaje a Quito conocí el, en aquel entonces, Honorable Congreso de la República del Ecuador. Me dio «soroche» en la oficina del diputado Franco Romero y este me prestó un pañuelo para secarme el sudor frío que acompañaba mi frente. Mi mamá invertía sus pocos ahorros conseguidos como maestra, en gestionar una obra que necesitaban sus tan amados «niños especiales». Nuevamente no hubo fotos, no tenía tiempo, no lo consideraba necesario, lo imperante era atender a los niños discapacitados de Santa Rosa. Una vez que el Instituto fue inaugurado comenzaron las propuestas para que se acercase a la vida política. Año tras año, personas de distintas tendencias políticas se acercaban a mi hogar, en reuniones que parecían no tener fin ella repetía su negativa. No le interesaba, ella ayudaba porque sentía que era su deber, si bien éramos pobres, pensaba siempre en aquellas madres de escasos recursos que debían atender a sus niños, pagar distintas terapias, enfrentar las miradas de una sociedad que en aquel entonces era todavía ignorante y a veces insensible. Esas madres necesitaban el alivio de contar con un lugar seguro y adecuado para sus hijos.

No fue sino hasta que pensó en la posibilidad de, a través de la política, el arte de servir a los demás, conseguir las ampliaciones y mejoras que el instituto requería, que aceptó candidatizarse. Tres agrupaciones le propusieron ser candidata a concejal en aquel año, tomó la decisión con base en cuál grupo estaba integrado por las personas que más habían ayudado a sus niños especiales.

Para su campaña no utilizó el mensaje lastimero. Por ser de una familia de pocos recursos económicos, pero con grandes y entrañables y amigos, muchos hicieron donaciones, pequeñas, pero valiosas. Recorrimos la ciudad, me encantaba acompañarla, estar en contacto con la gente, verla llevar su mensaje esperanzador por la prosperidad de Santa Rosa. Cuando muchos dormían ella ya estaba conversando con los señores jornaleros que esperaban su transporte para ir a las bananeras. Recorría el mercado, las calles, las panaderías, entregando su propaganda, pequeña, económica, pero tras la cual había un sacrificio enorme… recuerdo a esa mujer con el pecho hinchado porque el orgullo y el agradecimiento no me cabe. La amo. Amo su recuerdo, lo que hizo, lo que fue, su sacrificio y su frente alta, su conciencia tranquila.

Pero hoy en día, veo gente de diferentes edades y sexos, peleándose por poner su nombre en una camiseta de fútbol. Queriendo ganar puestos de elección popular organizando campeonatos deportivos. Documentando en diversos formatos cada migaja de gestión o ayuda. Es perverso. Personas que nunca se interesaron por otra cosa que conseguir el whisky más caro, hoy están gritando lo buenas personas que son porque lo garantiza un pedazo de tela con su cara o nombre impreso. Exigen un voto porque como no tienen un legado de servicio al prójimo deben, apuradamente, gastar unos dolaritos en partidos de fútbol para que la gente los conozca y piensen que son buenos. Gente que no regala un cuaderno sin promocionarlo en todas sus redes sociales. Gente a la que no le interesa analizar a qué partido unirán el apellido de su familia a cambio de que consientan su intransigencia de querer ser una autoridad aquí y ahora, sí o sí. No les importa si apoyan una tendencia u otra, siempre que esta les ayude a acariciar su ego. ¡Qué feo! ¿Dónde está la integridad? ¿Dónde están la humildad y sabiduría que los gobernantes deben tener?

Por supuesto, no son todos, veo un par de personas que desde su especialidad siempre han ayudado a sus hermanos santarroseños, desde una oficina o un consultorio, con una firma a tiempo o una brigada médica, pero no ahora por necesidad, sino desde siempre, por solidaridad. Gente que pese a no tener necesidades les enseñaron a sus hijos a trabajar para obtener lo deseado, que mientras más humilde eres más brillas, que no importa si tú debes trabajar como mesero en vacaciones para ganar unos centavos mientras tus amigos se van de viaje a Disney, porque estás sembrando esfuerzo y perseverancia en tu alma. Esa gente me da esperanza, pero no borra la tristeza que me causa el saber que son una minoría. Son personas, a quienes desde pequeña vi trabajar y ayudar, sin permitir que su mano izquierda sepa lo que hace su mano derecha.

sábado, 18 de agosto de 2018

¡Nos quieren quitar el trabajo!


Cuando tengo emociones fuertes, escribo. La escritura es mi arma contra un mundo que a momentos no entiendo, es mi armadura, pero más importante aún, es mi espada. La escritura, mi voz y mis conocimientos son las mejores herramientas con las que cuento para sobrellevar, de manera pacífica, esta existencia compleja que a mi generación, en transición, le ha tocado vivir. Hoy intentaré utilizar mi artillería pesada, la más sincera, en contra de la mala educación, aquella que durante décadas ha sembrado complejos, nacionalismos y odios basados en mentiras solapadas por diferentes gremios que tienen secuestrada la calidad educativa en diferentes países latinoamericanos. Nos bañan con una ausencia de pensamiento crítico, nos coronan con mediocridad, nos condenan al error.

El éxodo de venezolanos es una angustiante historia que dejó de golpearnos las puertas, para ahora, entrar a patadas en nuestra realidad, pero es algo que se anunció a través de diferentes voces pregoneras desde hace varios años. Venezuela era una bomba de tiempo socialista, destructora, cargada de desesperanza, con altas dosis de violencia y alimentada por el silencio cómplice de los mandatarios de la región que hicieron mutis durante más de una década. Constantes y crecientes violaciones a los derechos humanos, presos políticos, universitarios asesinados en plena vía, oficialistas mofándose en televisión del sonido hueco que se escucha al una bala reventar el cráneo de un joven opositor. Fueron tantos los horrores y tan fuerte el silencio. Los que sufrían eran otros, los que pasaban hambre y no conseguían medicina estaban lejos, hasta nos entretenían los chistes sobre la escasez de papel higiénico. Los penitentes estaban afuera, Colombia era nuestra barrera, sus fronteras registraban la mayor red de contención de la desesperación venezolana. Nosotros, desde la comodidad de nuestras casas, mientras comíamos unas papas fritas, re-posteábamos algún meme, solidario unas veces, sarcástico otras. Sabíamos que se aproximaba una crisis humanitaria extremadamente grande, una generación entera robada y ofrecida como sacrificio a los autoritarios socialistas de turno. El horror estaba a un click. La fórmula socialista, nuevamente, fracasaba y una vez más, evidenciaba la falta de humanidad que regímenes en los que se entrega todos los poderes al capricho de un ente con gran resentimiento y poco seso, desarrollan. Otra vez el socialismo reventaba en este pequeño planeta, pero seguíamos escuchando a los gremios que el capitalismo es el malo, que la competencia leal es la enemiga y que es ese maldito estado opresor el que nos salvará, que debemos entregarle todo, nuestros anhelos, bienes, confianza y finalmente, nuestra libertad. Mataban gente y los panas socialistas avalaban a Chávez antes y a Maduro, el cosechador, después.

Pero estaban lejos…

Hoy, desesperados, aquellos que quedaron rezagados y no pudieron salir a tiempo (como si existiera un tiempo adecuado para abandonar todo y a todos quienes amas), hacen hasta lo imposible por entrar a un país en el que no los maten por hablar, donde su trabajo les permita elegir dónde comprarse un pan. ¿Todos los emigrantes son personas nobles? No lo creo, nunca podría hablar de bondad universal. Soy ecuatoriana y he visto en mi país, ladrones, estafadores, corruptos, violadores, asesinos, y más, en variadas esferas de la sociedad ¿por qué habría de creer que en los demás países la gente es diferente? Pero lo que sí puedo asegurar es que, en Ecuador, la mala hierba es escasa, la mayoría de los ecuatorianos que he conocido son gente trabajadora, que intenta ser respetuosa, con creencias diversas pero abrigados por una tela tricolor que nos llena de orgullo y a la que en primaria juramos defender, hasta airosos morir. Resulta que los venezolanos comparten la misma manta tricolor, entonces, tengo un motivo muy fuerte para creer que, comparten muchas virtudes y tradiciones… hasta las creencias religiosas son muy similares a las de la mayoría de ecuatorianos.

El problema que hoy enfrentan esos venezolanos expatriados es el resultado de la mala educación recibida por los ecuatorianos. Una educación que nos obligó a memorizar y repetir como un credo lo que un viejo libro decía, aunque la realidad mundial gritara de frente lo contrario. No nos explicaron cómo funciona la economía, nos recitaron sí El Capital de Karl Marx, un señor que nunca emprendió, que abandonó a sus hijos, que fue mantenido por un colega mientras atacaba a quienes sembraban empresas y, por supuesto, el segundo himno de muchos fue un cántico al Che Guevara, un joven que escribía cuánto disfrutaba matar por la espalda a quienes pensaban diferente a él, que su racismo lo obligaba a considerar a los indígenas bolivianos seres inferiores y a los homosexuales seres tan repulsivos como lo fueran los judíos para Hitler. Estos personajes y sus ideas fueron vendidos como salvadores hasta el hartazgo.

Nos enseñaron que el mercado es una caja cerrada, en la que está todo contado, que hay un determinado número de suministros para todos los habitantes, por eso nada puede invadir la caja; si un suministro de otra caja intenta ingresar desplazará al producto interno y si intenta llegar a la caja un nuevo habitante, uno extranjero, nos quitará las unidades limitadas con las que contamos para subsistir. ¡Terror! Cuando lo pensamos así, se entiende tanta xenofobia, miedo y odio al extranjero; nos enseñaron toda la vida que el nacionalismo es necesario para subsistir. Lo que no nos dijeron es que esa caja no representa al mercado, no se asemeja a él siquiera.

En la vida real, en un mundo capitalista, en toda necesidad surge una oportunidad, de la competencia nace una mejora en la calidad de productos y servicios y sobre todo, la innovación. Quien se beneficia finalmente, siempre, es el cliente o usuario. En el siglo XXI, usted no necesita vivir en Alemania, con una economía fuerte para recibir a gente que huye de la hambruna o de la violencia. No me pondré sentimental ni hablaré de abrir los corazones para cobijar a nuestros hermanos, eso lo deberían hacer quienes se hacen llamar cristianos o católicos. Abordemos las oportunidades y el mercado desde el motor que mueve al mundo: el egoísmo. La base de la sociedad (sociedades de todo el planeta) no es la familia, es el individuo (de allí la importancia del respeto a las libertades individuales), sujeto que es impulsado por su interés propio a interactuar con otros individuos para alcanzar sus objetivos. Permítanme ejemplarizar lo que Mandeville explica en La fábula de las abejas, cuando señala que el estímulo del interés individual y la libre competencia son garantía de progreso y armonía.

El verdulero no tiene los productos más frescos en su puesto para ayudar a mejorar la alimentación de sus clientes, lo hace para poder obtener el dinero que le permitirá invertir o gastar en bienes o servicios que él quiera, cuando lo desee. Al llegar un individuo extranjero, no podrá montar su tienda de verduras inicialmente, primero tendrá que comprarlas a nuestro mencionado verdulero inicial, así que el local ha ganado un cliente. Posiblemente, la situación económica del extranjero al principio no sea la mejor, hablará con el verdulero para que le venda a bajo precio, aquello que le sobró de la semana anterior, productos que ya no brillan, que perdieron firmeza y son relegados por los clientes habituales, pero que vigorizarán al necesitado. El local no solo tiene un cliente ahora, tiene una oportunidad para aumentar sus ingresos. Si el extranjero consigue subsistir, trabajar y ahorrar, podrá montar una pequeña verdulería. Ahora el verdulero local tiene competencia. ¡Malditos extranjeros, nos roban el trab…! Todavía no, calma, sigamos con el ejemplo. Ese individuo extranjero no llegó solo, fue acompañado por otras decenas de compatriotas, quienes no buscan comprar banano, sino cambur; algunos preferirán comprar a su símil venezolano, otros, por diferentes situaciones seguirán comprando al verdulero local. Pero nuestro verdulero ecuatoriano, es consciente de la competencia que tiene, así que ahora hace promociones los lunes para no perder su clientela (nacional y extranjera) misma que está siendo beneficiada indirectamente por esa competencia que tiene ahora. A futuro quizá, nuestras culturas se mezclen y enriquezcan, como ha ocurrido a lo largo de toda la historia, en todas las civilizaciones en las que los flujos migratorios han sido constantes y han detonado el crecimiento y la innovación. Nosotros, los mestizos todos, sabemos que gracias a una diversidad étnica muy amplia es que tenemos ritmos tropicales, sabores típicos, tradiciones amables y divertidas.

¿Por qué el miedo entonces? Es nuestra oportunidad de crecer y mejorar como seres humanos, de extender una mano a alguien que hoy lo necesita como ya lo necesitamos nosotros en el pasado, en diferentes momentos de nuestra vida republicana; recordando que cada necesidad en otro es una oportunidad para uno. Si hay más extranjeros, en poco tiempo, necesitaremos más profesores, médicos, ingenieros, mecánicos, arquitectos, publicistas, modelos, animadores, enfermeros, diseñadores, editores, panaderos, carniceros, verduleros, arrendadores y un gigante y contundente etcétera. De manera que no, el extranjero que hoy suplica ingresar a tu país para sobrevivir, no te roba el trabajo, te obliga a mejorar, a renovarte, a abrir tu mente y finalmente, como la economía no es una caja cerrada, sino un intangible en constante expansión y evolución, esa masa de extranjeros aportarán al crecimiento de la nación, de tu nación.

domingo, 12 de agosto de 2018

¿Somos el ombligo del mundo?

Les voy a explicar algo que tal vez ya sepan, pero olvidaron: EL PROBLEMA DE CREERSE EL OMBLIGO DEL MUNDO.
Una de las cosas más maravillosas que me enseñaron, a través de varias materias en la UCSG, es que más del 80 % de la comunicación es no verbal. Es decir, que para entender correctamente el significado de un mensaje, debemos leer el lenguaje corporal del emisor. Lamentablemente esto no viene explicado cuando creas tu usuario de twitter, facebook, instagram, whatsapp y demás redes sociales. Es entonces cuando NOS CREEMOS EL OMBLIGO DEL MUNDO.
Los mensajes, los interpretamos según nuestras experiencias, estado de ánimo, "issues" sin resolver, etc. De manera que, la próxima vez que decidas ofenderte por un meme, un post, una "storie" o similar, piensa que existe la posibilidad de que tú no seas el centro del universo para esa persona, que no todos te atacan, que no todos te odian (...o sí...); tal vez están lanzando una indirecta que no es para ti o que tal vez solo les pareció gracioso o necesario publicar sobre una temática específica en determinado momento y si tu autoestima, este, mmm... instinto, te dice que «es contra ti», lo mejor que puedes hacer es preguntar, con calma a aquella persona que según tú, te está ofendiendo, dejando de lado ese pequeño bochinchero chismoso que todos llevamos dentro y que es tan difícil dominar.
Yo misma me he sentido ofendida en más de un par de ocasiones y, luego de meditar si la persona me importa o la valoro, he procedido a enviar un privado para aclarar la situación. Así se conservan las amistades. Claro que si la persona en cuestión, es un cero a la izquierda para mí, mejor ignoro y sigo disfrutando de los memes. Pero hablar basura a espaldas de otro ser humano, cuando eres adulto, es bastante feo.
La próxima vez que decidas ofenderte por un mensaje, recuerda que te puedes estar amargando por gusto... aunque en realidad, el haber estado amargado desde antes, es lo que provocará tu malestar al leer algo.

martes, 3 de julio de 2018

Aborto legal o aborto clandestino

Se ha despenalizado el aborto en Argentina y la ley ha pasado a octavos de final. He visto el debate que se ha generado en Ecuador y me parece genial que en mi país se empiece a discutir recomendaciones de la OMS, aunque sí me avergüenza un poco cuando los argumentos se reducen a opiniones personales y no tienen una base psicológica, científica, médica, estadística, etc. y con esto me refiero tanto a quienes son pro aborto clandestino como a quienes son pro aborto legal.
El aborto me parece una tragedia humana tristísima, desgarradora, dura en extremo, motivo por el cual esta ley era necesaria, porque las mujeres necesitan poder elegir sin morir en un consultorio clandestino o ser enviadas a la cárcel aunque su vida haya estado en peligro. Ya está, la ley pasó a octavos y como a la mujer se le está abriendo la posibilidad de elegir, ayudemos a que pueda tomar la vereda de enfrente. Impulsemos emprendimientos femeninos, reducciones de impuestos a empresas que se animen a contratar embarazadas, agilicemos los trámites de adopción para que los nenes no pasen cinco... ocho años encerrados sin saber lo que es tener una familia de verdad, dejemos de hacer marchas en contra de la educación sexual en centros educativos y exijamos exactamente lo contrario... Vamos, trabajemos, así es cómo conseguimos cambios, así es cómo salvamos «las dos vidas».
Sobre la gratuidad, así como no iría a abortar, tampoco estoy de acuerdo con que todos los contribuyentes paguen un aborto, pero tampoco estoy de acuerdo con que todos los contribuyentes subsidien la educación a jóvenes que tienen la capacidad económica de pasar sus vacaciones en Estados Unidos, que tienen auto último modelo o se gastan su sueldo en ir a todos los eventos que sus artistas favoritos organicen, porque soy una fiel creyente de que uno debe pedir trabajo para poder administrar su dinero y hacer con él «lo que se le cante», entonces seamos coherentes y cambiemos todo; claro que también se abre la posibilidad para que los ciudadanos propongan que sus impuestos vayan a pagar clínicas de salud integral gubernamentales en las que las mujeres puedan recibir TODA la mejor educación veraz, actualizada y científica, sin límite de edad, con atención legal y psicológica, para que así, con todas las herramientas, el conocimiento y el acompañamiento necesario puedan tomar una mejor decisión. Porque es ingenuo imaginar que como yo vivo en una ciudad grande, me mandaron a la mejor secundaria (pública o privada) y mi familia me apoya mucho, entonces así es la vida de todas las mujeres.
A la mujer no se la está obligando a abortar, se la está ayudando a no morir, se le está permitiendo elegir, ayudemos nosotros a mejorar los escenarios y que cada vez sean menos quienes deban tomar esa difícil elección.
No podemos un día estar en contra de la educación sexual científica y los planes sociales y al día siguiente mandar al paredón a la mujer que aborta.
Recordemos que es fácil criticar e insultar a las «feminazis» desde el teclado...o hasta acudir un par de días a marchas contra lo que no nos gusta, pero es aún más fácil subir la ventana del auto cuando un niño sucio y flaco te pide una moneda. Bajémonos cinco minutos del pedestal en el que nos hemos puesto y pensemos en cómo podemos ayudar a los demás antes de cuestionar sus elecciones.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Correa en Rosario

Todos quienes me conocen saben que mi lucha, desde la adolescencia, ha sido de ideas, de hechos, de contrastes. Jamás, ni el contrincante más necio ha recibido de mi parte una agresión verbal, mucho menos física. Lamentablemente la violencia que el socialismo del siglo XXI sembró en Latinoamérica no entiende de razones.
La tarde de ayer, el expresidente del Ecuador recibió un nuevo Honoris Causa, de parte de la Universidad Nacional de Rosario, universidad en la que de momento estudio. No hice nada más que, días antes, expresar mi inconformidad, con argumentos, a líderes universitarios, de quienes no recibí respuesta alguna. No asistí al evento para evitar confrontaciones. Pero la tarde de hoy, a las 18h30 (hora Argentina) Rafael Correa se presentaba en la explanada de la Facultad de Ciencia Política y RR.II., por lo que decidí asistir, con algunos volantes, para en silencio, sin insultos y sin violencia, enseñar la otra cara de Rafael, lo que en el extranjero se desconoce. Acudí media hora antes para no interrumpir el futuro monólogo correista.
Cuando había repartido unos veinte volantes se acercaron a mí dos mujeres integrantes de la agrupación denominada La Cámpora, quienes robaron parte del material que había impreso, lo rompieron frente a mí y en medio de golpes en el pecho, arañazos e improperios sustrajeron los volantes restantes. Entre el griterío que armaron ellas y otros adultos mayores asistentes, me exigían que abandonara el campus universitario porque soy supuestamente de la derecha, enviada por el Clarín ecuatoriano y demandaban que confiese a qué partido político pertenezco. Todo esto en medio de profesores, estudiantes, camarógrafos, pueblo en general, muchos como espectadores silenciosos, porque al parecer, si no piensas como ellos da igual lo que te hagan. Solo un joven, un completo extraño intervino para contener al miembro más voluminoso de mis atacantes; a ese joven posiblemente le debo mi vida y estaré eternamente agradecida.
Solo después de respirar un poco y calmar mis nervios, saqué mi celular para grabar los restos de mis volantes llenos de verdades transformados en basura. No sabía que eso era la provocación para empezar un segundo round de ataques, que es lo que quedó grabado en el video que comparto.
No entiendo el miedo a las ideas, el miedo a leer el otro lado de la historia, el miedo a la verdad.
Si a usted no le gusta lo que lee: no lea. Pero pensar diferente y no querer conocer la verdad no le da derecho a atacar a otro ser humano. Sus ideas no tienen derechos, las personas, a las que ataca, sí.
No tengo enemigos ni ideas suicidas. Si algo me llegase a ocurrir responsabilizo a La Cámpora.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Y entonces, un día, estás sola

Y entonces, un día, estás sola.

La tarde del 7 de febrero de 2012, en el departamento de oncología del Hospital Teodoro Maldonado, me informaban que mi mamá estaba desahuciada, que ya no podían hacer nada más por ella. Tantas rondas de quimioterapia, solo destruyeron su estilo de vida. Ella, mi guerrera, la mujer más sana e interesada por su salud que había conocido en mi vida, se me iba. «Es mejor que la lleves a casa, que pase sus últimos meses tranquila y cómoda» escuchaba el eco de la voz del doctor a lo lejos, mientras sentía que ingresaba a un túnel oscuro y profundo. Sacudí la cabeza, lo miré y pregunté el proceso que debía seguir.

Salí al pasillo y encontré un asiento negro y pegajoso desocupado; recuerdo haber escrito a una gran amiga santarroseña, amiga que estuvo pendiente del proceso que enfrentó mi mami durante casi un año. «Mi mamá se va a morir Kathita», se formaba un nudo en mi garganta, pero no podía llorar, debía hacer trámites, conseguir oxígeno, cama especial… ¿cómo le diría a mi mamá que no había más esperanza?

¿Cómo le dices a tu madre que no verá más a sus niños especiales? ¿Cómo le explicas que debe prepararse para morir?

Regresé a la sala de urgencias, lugar en que una maravillosa señora Rocío le daba de comer a mi valkiria, su último antojo había sido un menestrón y para ese momento mi mamá era mi niña, mi bebé, a quien tenía muy poco tiempo para darle lo que quisiera. Me estaba rompiendo pero no podía llorar, no ante ella, mi mamá no necesitaba eso.

«Mami, debo salir a buscar una cama para usted para que esté más cómoda en casa y poder llevarla mañana». Mientras bajaba la cabeza para comer hice señas a mi aliada resumiendo la situación, se paralizó, le pedí que fuera al baño hasta que recupere la compostura. Acaricié la cabeza de quien había entregado 24 años de su vida por mí, tan frágil, delgada y pequeña. Mi mamá era ahora una mariposa monarca a la cual tenía la oportunidad de proteger hasta que empezara su migración a otro mundo.
«Me van a hacer un electro y no quiero que me vean el pecho mijita» y antes de terminar la frase yo ya estaba semidesnuda en la sala, frente a médicos, enfermeros y enfermos; mi blusa denim tenía botones en el pecho, era justo lo que necesitaba, podía hacer algo por ella. La tapé con ella para que lenta y delicadamente se despojara de la blusa con manga tres cuartos, con rayas intercaladas rosa y marrón que tanto le gustaba porque tapaba las huellas que la quimio había dejado en sus brazos.


«Tengo cólico mami, voy a revisarme, ya vengo». Era mi turno para estallar, desmoronada en un baño de la sala de emergencias del Hospital Teodoro Maldonado lloré, desconsolada como nunca lo había estado. No sabía que 16 horas más tarde conocería otro nivel de dolor infinitamente más grande y vacío. La soledad, fría y gris como una katana afilada me acompañaría iniciada la mañana del 8 de febrero.