miércoles, 8 de febrero de 2017

A cinco años de su muerte

El 8 de febrero de 2012, estando a cinco minutos del hospital del IESS de Guayaquil, recibí la peor llamada de mi vida, me avisaban que mi mamá acababa de fallecer. No pude despedirme de mi mami. No imaginé que sería todo tan rápido, tan frío... Pero de todo se aprende y hasta esos pequeños golpes siembran sabiduría cuando se aprende a ver.
Sé que mi mamá fue la mejor, para mí. Nadie la amó más que yo, nadie me amó más que ella.
Creo que del polvo de estrellas venimos y a las estrellas regresamos.
No necesito que ella me cuide ni pida por mí, ella ya hizo su trabajo, ahora mi mamá descansa. 
Me enseñó a razonar y distinguir lo bueno de lo malo, a elegir el bien superior, a ser fuerte e independiente, a secarme las lágrimas y seguir adelante sin maquinar venganzas. Son tantas las cosas que aprendí de ella y es tanto lo que ella hizo por mí que solo puedo estar agradecida y recordarla sin tristeza, porque sé que sus átomos algún día formarán parte de una estrella que iluminará las noches oscuras, tal como en vida lo hacían sus sonrisas.

Mi mamá perdió casi toda su capacidad auditiva cuando estuvo embarazada de mí, por una sobrecalcificación. Es extraño que unos días antes de su aniversario luctuoso la vida me produjera hipoacusia, pocas veces he tenido la oportunidad de sentirme tan en contacto con ella... pienso en su sensación al despertar, sin audífonos, su lucha diaria... y mi admiración crece a niveles que no creí posibles.
Durante 23 años me formó y ahora soy yo quien toma decisiones y comete errores a voluntad, intento aprender pero el camino es largo, así que mientras tropiezo disfruto del paisaje.

Para algunos soy una amargada, para otros soy una muchachita, pero permítanme darles un único consejo que para mí es lo más importante que me enseñó mi madre: no se avergüencen del amor, hagan las cosas con amor y si aman a alguien díganselo todo el tiempo, callar sus sentimientos es de cobardes y tenemos la obligación de ser valientes, lo merecemos.