miércoles, 13 de septiembre de 2017

Bienvenidos a Ecuador

No deja de sorprenderme cómo nos mueve el odio, la envidia o el afán de destruir a otro ser humano… es como que recibimos alguna extraña satisfacción cuando encontramos un defecto en otro que nos permite sacar a relucir todas nuestras fobias de manera que no se note que lo que hacemos o decimos esconde un complejo o simplemente maldad.

Yo, como migrante, suelo buscar cosas que me recuerden a mi país, Ecuador. Donde encuentro mucho material entretenido es en YouTube, plataforma en la cual muchas veces vi videos en el canal de Rebeca Lebetkevicius, a quien no conozco, pero jamás me sentí ofendida. Eran muchos los compatriotas que comentaban e interactuaban con la joven, nunca vi una crítica negativa… hasta que días atrás un joven subió un video en el que una venezolana, vendedora ambulante, cometía el sacrilegio de responder que no le gustan los ecuatorianos por sus rasgos indígenas (le parecemos feos porque parecemos indios). Allí empezó la cacería de brujas.

Pero cómo empezó la última cruzada pro-xenofobia en el Ecuador, un individuo, pregunta insistentemente a una mujer, que está acompañada por su esposo también venezolano, si le gustan los ecuatorianos. Ella con una sonrisa nerviosa responde que no y ante la insistencia poco profesional del entrevistador continúa, explicando que a sus ojos son feos porque parecen indios. ¡BOOM! Sinceramente no me gusta que se utilice la palabra «indio», prefiero la palabra indígena, sin embargo, tanto la RAE, como los libros de historia, sociología y más, utilizados para diversos niveles de estudios, utilizan aquella palabra: indio. A mí no me ofende no parecerle atractiva a alguien, prefiero que no me cosifiquen y no sientan la necesidad de juzgar si soy guapa o fea, pues la belleza es subjetiva e irrelevante, por lo tanto si a alguien le parezco físicamente desagradable, está en su derecho. Indígena no soy, pero sé que algún antepasado de una etnia originaria de América debo tener, me siento orgullosa de eso… del mestizaje, de la mezcla, de toda esa riqueza cultural de la que disfrutamos gracias a ser un continente construido por migrantes y que de apoco intenta superar viejos conflictos latentes desde la invasión española. Es precisamente ese orgullo que me inculcaron por mi país y sus diferentes grupos, que me hace imposible sentirme insultada cuando me dicen «india», mucho menos cuando he sufrido verdaderos ataques xenófobos en el país en el que resido y se nota la diferencia entre decir que algo desagrada a querer la destrucción de una raza entera por considerarla inferior. La joven del video tuvo una falta de criterio terrible al no «suavizar» su opinión teniendo una cámara frente a ella. Falta de experiencia, ingenuidad, nerviosismo, ignorancia… no lo sé, veo muchas cosas en los videos que hoy circulan, pero no veo maldad en las extranjeras.

Días después alguien recuerda haber escuchado a la reportera venezolana del lindo canal, Rebeca Lebetkevicius, y decide editar un video en el que solo se la ve fruncir el ceño mientras imita a una vendedora ambulante de espumilla y luego explicar por qué se le quitaron las ganas de probar el maduro asado. Tanta es la mala suerte de la chica, que muchos ecuatorianos se sienten ofendidos porque en el video explica que ese sonido, llamativo para ella (recordemos que es extranjera y cada cultura se alimenta de diferentes características), es «un canto lírico» y más adelante cuenta que tenía ganas de comer maduro asado pero al ver que la vendedora retiraba lo quemado con su propia uña, sintió asco y no se animó a probarlo. He buscado el video original pero lo único que he encontrado son insultos de diferente calibre en contra de la joven, pero yo recuerdo algunas partes del video, aunque pueda que me confunda con otros de su canal y no iba en tono ofensivo, me parece que incluso, al inicio del video ella cuenta que hay mucho sol y de allí el ceño fruncido. En algunos clips enseñaba a un señor de avanzada edad «cortejando» incómodamente a una joven venezolana en una óptica (el término es acoso, pero bueno, evitemos herir más susceptibilidades), en otro contaba lo feliz que estaba por regularizar su situación migratoria y lo rápido que había sido el proceso, en otro lo mucho que extrañaba a su país. Yo la entiendo, mucho.

Vivir en el extranjero es duro, más allá de encontrar cosas buenas o malas, todo es diferente, lo diferente asusta o incomoda y si estás solo… te quiebras. A mí no me gusta el café argentino, estoy acostumbrada al dulce y liviano sabor del café zarumeño, extraño los mariscos frescos de mi Santa Rosa, el plátano, los dulces típicos. Lloro recordando mis salidas a Sweet & Coffee para conversar, usando mis modismos, entre amigas y extraño también la comida de la calle, esa a la que le sacan lo quemado con la uña, que no podemos negar es insalubre, pero es el sabor al que estamos acostumbrados, es la experiencia que nos hace sentir en casa. Sin embargo, si alguien editara este escrito, para promover el odio contra mí, una migrante ecuatoriana en Argentina, para obtener algo de popularidad reflejados en unos cuantos likes, sería mi perdición, como los videos editados hoy están destruyendo la vida de venezolanas trabajadoras en mi patria. Pienso qué sería de mí si no enseñaran que aprendí a amar el asado no solo por la calidad de la carne argenta sino por la tradición de reunir a familia y amigos a conversar y compartir mientras se agradece y felicita con aplausos al asador; si no les dejaran leer lo enamorada que estoy de sus parques inmensos y el camino de árboles que me cuida sin importar cuál sea mi destino, si los argentinos no se enteraran de cuánto los admiro por el trato que dan a mascotas y aunque no lo sepan, el buen sistema de transporte del que disfrutan. Recuerdo cuando mi papá me contó que mientras vivía en Ecuador, era víctima de maltrato verbal, por parte algunos compañeros y docentes; el ser colombiano aparentemente lo hacía merecedor de ser comparado con un traficante y a sus coterráneas con sexo servidoras. Siempre viene a mi memoria la aclaración que él hizo «algunos», esa minoría de gente mala y de alma triste que disfruta de provocar dolor a terceras personas, mucho más cuando puede defenderse en la falsa bandera del patriotismo, cuando todos sabemos que las fronteras son líneas imaginarias y que todos somos hermanos.

Yo pido perdón por esos miles, de ecuatorianos que han destilado odio todos estos días, en contra de mujeres extranjeras que tuvieron la ingenuidad de pensar que en mi país serían libres y que su visa estaba condicionada únicamente a mantener una buena conducta y ganarse el pan honradamente. Les aseguro que somos más los que no odiamos, a quienes no nos importa si les parecemos guapos o feos, los que no somos más ecuatorianos por ofenderlas y pedir su expulsión, los que creemos que tienen libertad para expresarse aunque no nos guste que señalen nuestros defectos. A ustedes ecuatorianos que han preferido seguir el juego del odio: abran los ojos. Hay temas mucho más importantes que dedicarnos a destruir la vida de personas que, sin necesidad de sus ataques, ya sufren por estar lejos de sus familiares, viendo impotentes cómo su país se desgarra. Si crees que un extranjero se equivoca en sus apreciaciones, enséñale tu verdad, preséntale gente buena, sé bueno con él, enséñale los lugares hermosos que tiene el país, cuéntale la historia de nuestros indígenas y porqué los admiramos tanto. Si a pesar de todo eso, el extranjero no cambia su opinión, está en su derecho, Ecuador no es el mejor país del mundo, no tiene el segundo mejor himno, todos los países tienen cosas bellas y algunas cosas que nos incomoden, todos, está en nosotros elegir con qué nos quedamos y sobre todo respetar las opiniones de los demás. Yo amo al Ecuador como el japonés ama su país y el venezolano ama a Venezuela. 

No más odio, no más xenofobia.