martes, 21 de marzo de 2017

Cambiar de opinión con base en la experiencia

Vengo de un país en el que tenemos solo dos estaciones (y están de cabeza). 

Está el verano, en el que hace frío (19 grados) pero no llueve y últimamente dura aproximadamente dos meses, e invierno que es cuando se te derrite la piel por el sol del mediodía y a las 5 de la tarde San Pedro juega carnaval contigo. Cuando me mudé a Argentina era invierno, estaba ansiosa por ver cómo sería la primavera y como costeña, me ilusionaba contando los días hasta que volviera el sol veraniego, pero las cosas no siempre son lo que uno imagina y por eso deberíamos experimentar todo por nuestra cuenta y no hacer caso a la sabiduría de los memes.

La llegada de la primavera (septiembre) trajo hermosas flores, pájaros cantores y miles de mosquitos, moscas y cuanto bicho se puedan imaginar metiéndose hasta en el ombligo, además no hay mejor uso (dejando a un lado el que nos indican las enciclopedias médicas) para la palabra "bipolar" que el clima primaveral, llueve, no llueve, hace frío, hace calor; tienes entonces la ropa de verano y la de invierno conviviendo en un clóset que parece metrovía un lunes a las 7 de la mañana y luego el verano... sí trajo el sol, pero también humedad, mucha humedad y las personas con artrosis no la disfrutamos tanto, además las diferencias culturales abismales entre Ecuador y Argentina te hacen sufrir un poco, verán, acá es absolutamente normal que la gente de toda condición física camine con la menor cantidad de ropa posible en la calle porque obviamente el calor te mata, entonces bien te puedes encontrar a Angelina Jolie o a Paquita la del barrio, a Ryan Gosling o a muchos señores Barriga intentando liberar el calor, y está bien, son sus costumbres, toca adaptarse y siempre está la opción de virar la cara.

Al final, tras casi dos años en este bello país y siendo una costeña consumada amante del calor, cambié de parecer, descubrí que mi temporada favorita es el otoño. La sinfonía de colores que tiene esta estación deslumbra, el infinito degradé de marrones, dorados y amarillos, fusionados con los últimos puntos de vida verde y el sonido... porque inmadura que se respete tiene que pisar la alfombra de hojas tostadas que decora las veredas y lo mejor, mis "amigos" insectos desaparecen. Así, a los 28 años, me declaro FAN del otoño.

Cuando te digan que el cambio es malo, feo, un retroceso, anímate a experimentarlo por ti mismo, sin prejuicios, por ahí te sorprende y descubres que algo diferente es lo mejor que te pudo pasar. Atreverse a cambiar de opinión con base en la experiencia es bueno, es sano y es refrescante.