«No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha».
Aplicado
a la realidad actual es casi imposible. La mayoría no comparte medio pan sin
hacer un video o mínimo un autorretrato antes, para subirlo a sus redes. ¿Esto
es malo? Quiero creer que no, que aunque sea producto del ego, tiene un
resultado positivo y es el contagiar, de alguna manera, la solidaridad. Mi
incomodidad tiene que ver con el sector político que ha encontrado en la
«generosidad» el mejor filtro para tapar su espíritu arribista.
Para
darme a entender pondré de ejemplo lo que aprendí de mi madre. Tengo recuerdos
de antes de ingresar al jardín de infantes, ir tomada de una cálida mano
protectora, mirar hacia arriba buscando un rostro como el marinero que necesita
las estrellas cuando está en el mar; ladridos de perros, casas de caña, niños
jugando descalzos en la tierra y esa voz…la voz dulce que nunca olvidaré,
hablándome, calmándome. Llegamos a una casa de madera y caña y la dueña de ese
sonido sereno, mi madre, tras saludar y aceptar el vaso de jugo que con cariño era
ofrecido, en un vaso metálico desgastado, pero muy limpio, abría las fundas
grandes que cargaba e invitaba a los anfitriones a probarse algo, ropa. Había
para hombres, mujeres y niños. Algunas cosas encajaban a la perfección, otras
quedaban un poco grandes, pero la felicidad en aquellos rostros, el brillo en
los ojos de los niños que se probaban ropa usada que para ellos era nueva… era
como la Navidad. Yo no estaba recibiendo nada, minutos antes sentía algo de
temor por caminar por lugares donde no conocían el cemento o el hormigón, pero
ver a esos niños, algunos más grandes que yo, tan felices, con tan poco, me
enseñó humildad, gratitud, esperanza. Solidaridad. Mi mamá sin gastar un
centavo en un regalo material me estaba entregando con esa experiencia un
tesoro.
La
historia se repitió muchas veces. Mi mamá pedía ropa usada en buen estado a sus
conocidos en Sta. Rosa y los fines de semana iba a las zonas menos turísticas
de la capital bananera del mundo y ponía su granito de arena para que, aquellos
que tenían un poquito menos que ella, olviden por unos minutos una de sus
carencias. Jamás se tomó una foto.
Luego
vinieron los trámites para construir el Instituto en el que trabajaba, pues los
niños discapacitados del cantón disponían de tres habitaciones, divididas por
creativas maestras, en un pequeño espacio que la casa comunal de un barrio
santarroseño había cedido para atender a estos infantes. Pero los moradores
necesitaban su espacio también. En mi primer viaje a Quito conocí el, en aquel
entonces, Honorable Congreso de la República del Ecuador. Me dio «soroche» en
la oficina del diputado Franco Romero y este me prestó un pañuelo para secarme
el sudor frío que acompañaba mi frente. Mi mamá invertía sus pocos ahorros
conseguidos como maestra, en gestionar una obra que necesitaban sus tan amados «niños
especiales». Nuevamente no hubo fotos, no tenía tiempo, no lo consideraba
necesario, lo imperante era atender a los niños discapacitados de Santa Rosa.
Una vez que el Instituto fue inaugurado comenzaron las propuestas para que se
acercase a la vida política. Año tras año, personas de distintas tendencias
políticas se acercaban a mi hogar, en reuniones que parecían no tener fin ella
repetía su negativa. No le interesaba, ella ayudaba porque sentía que era su
deber, si bien éramos pobres, pensaba siempre en aquellas madres de escasos
recursos que debían atender a sus niños, pagar distintas terapias, enfrentar
las miradas de una sociedad que en aquel entonces era todavía ignorante y a
veces insensible. Esas madres necesitaban el alivio de contar con un lugar
seguro y adecuado para sus hijos.
No
fue sino hasta que pensó en la posibilidad de, a través de la política, el arte
de servir a los demás, conseguir las ampliaciones y mejoras que el instituto
requería, que aceptó candidatizarse. Tres agrupaciones le propusieron ser
candidata a concejal en aquel año, tomó la decisión con base en cuál grupo
estaba integrado por las personas que más habían ayudado a sus niños
especiales.
Para
su campaña no utilizó el mensaje lastimero. Por ser de una familia de pocos
recursos económicos, pero con grandes y entrañables y amigos, muchos hicieron
donaciones, pequeñas, pero valiosas. Recorrimos la ciudad, me encantaba
acompañarla, estar en contacto con la gente, verla llevar su mensaje
esperanzador por la prosperidad de Santa Rosa. Cuando muchos dormían ella ya
estaba conversando con los señores jornaleros que esperaban su transporte para
ir a las bananeras. Recorría el mercado, las calles, las panaderías, entregando
su propaganda, pequeña, económica, pero tras la cual había un sacrificio enorme…
recuerdo a esa mujer con el pecho hinchado porque el orgullo y el agradecimiento
no me cabe. La amo. Amo su recuerdo, lo que hizo, lo que fue, su sacrificio y
su frente alta, su conciencia tranquila.
Pero
hoy en día, veo gente de diferentes edades y sexos, peleándose por poner su
nombre en una camiseta de fútbol. Queriendo ganar puestos de elección popular
organizando campeonatos deportivos. Documentando en diversos formatos cada
migaja de gestión o ayuda. Es perverso. Personas que nunca se interesaron por
otra cosa que conseguir el whisky más caro, hoy están gritando lo buenas
personas que son porque lo garantiza un pedazo de tela con su cara o nombre
impreso. Exigen un voto porque como no tienen un legado de servicio al prójimo deben,
apuradamente, gastar unos dolaritos en partidos de fútbol para que la gente los
conozca y piensen que son buenos. Gente que no regala un cuaderno sin
promocionarlo en todas sus redes sociales. Gente a la que no le interesa
analizar a qué partido unirán el apellido de su familia a cambio de que consientan
su intransigencia de querer ser una autoridad aquí y ahora, sí o sí. No les
importa si apoyan una tendencia u otra, siempre que esta les ayude a acariciar
su ego. ¡Qué feo! ¿Dónde está la integridad? ¿Dónde están la humildad y
sabiduría que los gobernantes deben tener?
Por
supuesto, no son todos, veo un par de personas que desde su especialidad
siempre han ayudado a sus hermanos santarroseños, desde una oficina o un
consultorio, con una firma a tiempo o una brigada médica, pero no ahora por
necesidad, sino desde siempre, por solidaridad. Gente que pese a no tener
necesidades les enseñaron a sus hijos a trabajar para obtener lo deseado, que
mientras más humilde eres más brillas, que no importa si tú debes trabajar como
mesero en vacaciones para ganar unos centavos mientras tus amigos se van de
viaje a Disney, porque estás sembrando esfuerzo y perseverancia en tu alma. Esa
gente me da esperanza, pero no borra la tristeza que me causa el saber que son
una minoría. Son personas, a quienes desde pequeña vi trabajar y ayudar, sin
permitir que su mano izquierda sepa lo que hace su mano derecha.