Cuando tengo emociones fuertes,
escribo. La escritura es mi arma contra un mundo que a momentos no entiendo, es
mi armadura, pero más importante aún, es mi espada. La escritura, mi voz y mis
conocimientos son las mejores herramientas con las que cuento para sobrellevar,
de manera pacífica, esta existencia compleja que a mi generación, en
transición, le ha tocado vivir. Hoy intentaré utilizar mi artillería pesada, la
más sincera, en contra de la mala educación, aquella que durante décadas ha
sembrado complejos, nacionalismos y odios basados en mentiras solapadas por
diferentes gremios que tienen secuestrada la calidad educativa en diferentes
países latinoamericanos. Nos bañan con una ausencia de pensamiento crítico, nos
coronan con mediocridad, nos condenan al error.
El éxodo de venezolanos es una
angustiante historia que dejó de golpearnos las puertas, para ahora, entrar a
patadas en nuestra realidad, pero es algo que se anunció a través de diferentes
voces pregoneras desde hace varios años. Venezuela era una bomba de tiempo
socialista, destructora, cargada de desesperanza, con altas dosis de violencia
y alimentada por el silencio cómplice de los mandatarios de la región que
hicieron mutis durante más de una década. Constantes y crecientes violaciones a
los derechos humanos, presos políticos, universitarios asesinados en plena vía,
oficialistas mofándose en televisión del sonido hueco que se escucha al una bala
reventar el cráneo de un joven opositor. Fueron tantos los horrores y tan
fuerte el silencio. Los que sufrían eran otros, los que pasaban hambre y no
conseguían medicina estaban lejos, hasta nos entretenían los chistes sobre la escasez
de papel higiénico. Los penitentes estaban afuera, Colombia era nuestra
barrera, sus fronteras registraban la mayor red de contención de la desesperación
venezolana. Nosotros, desde la comodidad de nuestras casas, mientras comíamos
unas papas fritas, re-posteábamos algún meme, solidario unas veces, sarcástico otras.
Sabíamos que se aproximaba una crisis humanitaria extremadamente grande, una
generación entera robada y ofrecida como sacrificio a los autoritarios
socialistas de turno. El horror estaba a un click. La fórmula socialista,
nuevamente, fracasaba y una vez más, evidenciaba la falta de humanidad que
regímenes en los que se entrega todos los poderes al capricho de un ente con gran
resentimiento y poco seso, desarrollan. Otra vez el socialismo reventaba en
este pequeño planeta, pero seguíamos escuchando a los gremios que el
capitalismo es el malo, que la competencia leal es la enemiga y que es ese
maldito estado opresor el que nos salvará, que debemos entregarle todo,
nuestros anhelos, bienes, confianza y finalmente, nuestra libertad. Mataban gente
y los panas socialistas avalaban a Chávez antes y a Maduro, el cosechador, después.
Pero estaban lejos…
Hoy, desesperados, aquellos que
quedaron rezagados y no pudieron salir a tiempo (como si existiera un tiempo
adecuado para abandonar todo y a todos quienes amas), hacen hasta lo imposible
por entrar a un país en el que no los maten por hablar, donde su trabajo les
permita elegir dónde comprarse un pan. ¿Todos los emigrantes son personas nobles?
No lo creo, nunca podría hablar de bondad universal. Soy ecuatoriana y he visto
en mi país, ladrones, estafadores, corruptos, violadores, asesinos, y más, en variadas
esferas de la sociedad ¿por qué habría de creer que en los demás países la
gente es diferente? Pero lo que sí puedo asegurar es que, en Ecuador, la mala
hierba es escasa, la mayoría de los ecuatorianos que he conocido son gente
trabajadora, que intenta ser respetuosa, con creencias diversas pero abrigados
por una tela tricolor que nos llena de orgullo y a la que en primaria juramos
defender, hasta airosos morir. Resulta que los venezolanos comparten la misma
manta tricolor, entonces, tengo un motivo muy fuerte para creer que, comparten
muchas virtudes y tradiciones… hasta las creencias religiosas son muy similares
a las de la mayoría de ecuatorianos.
El problema que hoy enfrentan
esos venezolanos expatriados es el resultado de la mala educación recibida por
los ecuatorianos. Una educación que nos obligó a memorizar y repetir como un
credo lo que un viejo libro decía, aunque la realidad mundial gritara de frente
lo contrario. No nos explicaron cómo funciona la economía, nos recitaron sí El
Capital de Karl Marx, un señor que nunca emprendió, que abandonó a sus hijos,
que fue mantenido por un colega mientras atacaba a quienes sembraban empresas
y, por supuesto, el segundo himno de muchos fue un cántico al Che Guevara, un
joven que escribía cuánto disfrutaba matar por la espalda a quienes pensaban
diferente a él, que su racismo lo obligaba a considerar a los indígenas
bolivianos seres inferiores y a los homosexuales seres tan repulsivos como lo
fueran los judíos para Hitler. Estos personajes y sus ideas fueron vendidos
como salvadores hasta el hartazgo.
Nos enseñaron que el mercado es
una caja cerrada, en la que está todo contado, que hay un determinado número de
suministros para todos los habitantes, por eso nada puede invadir la caja; si
un suministro de otra caja intenta ingresar desplazará al producto interno y si
intenta llegar a la caja un nuevo habitante, uno extranjero, nos quitará las unidades
limitadas con las que contamos para subsistir. ¡Terror! Cuando lo pensamos así,
se entiende tanta xenofobia, miedo y odio al extranjero; nos enseñaron toda la
vida que el nacionalismo es necesario para subsistir. Lo que no nos dijeron es
que esa caja no representa al mercado, no se asemeja a él siquiera.
En la vida real, en un mundo
capitalista, en toda necesidad surge una oportunidad, de la competencia nace
una mejora en la calidad de productos y servicios y sobre todo, la innovación. Quien
se beneficia finalmente, siempre, es el cliente o usuario. En el siglo XXI,
usted no necesita vivir en Alemania, con una economía fuerte para recibir a
gente que huye de la hambruna o de la violencia. No me pondré sentimental ni
hablaré de abrir los corazones para cobijar a nuestros hermanos, eso lo
deberían hacer quienes se hacen llamar cristianos o católicos. Abordemos las
oportunidades y el mercado desde el motor que mueve al mundo: el egoísmo. La
base de la sociedad (sociedades de todo el planeta) no es la familia, es el
individuo (de allí la importancia del respeto a las libertades individuales),
sujeto que es impulsado por su interés propio a interactuar con otros individuos
para alcanzar sus objetivos. Permítanme ejemplarizar lo que Mandeville explica
en La fábula de las abejas, cuando señala que el estímulo del interés
individual y la libre competencia son garantía de progreso y armonía.
El verdulero no tiene los
productos más frescos en su puesto para ayudar a mejorar la alimentación de sus
clientes, lo hace para poder obtener el dinero que le permitirá invertir o
gastar en bienes o servicios que él quiera, cuando lo desee. Al llegar un
individuo extranjero, no podrá montar su tienda de verduras inicialmente,
primero tendrá que comprarlas a nuestro mencionado verdulero inicial, así que
el local ha ganado un cliente. Posiblemente, la situación económica del
extranjero al principio no sea la mejor, hablará con el verdulero para que le
venda a bajo precio, aquello que le sobró de la semana anterior, productos que
ya no brillan, que perdieron firmeza y son relegados por los clientes
habituales, pero que vigorizarán al necesitado. El local no solo tiene un
cliente ahora, tiene una oportunidad para aumentar sus ingresos. Si el
extranjero consigue subsistir, trabajar y ahorrar, podrá montar una pequeña
verdulería. Ahora el verdulero local tiene competencia. ¡Malditos extranjeros,
nos roban el trab…! Todavía no, calma, sigamos con el ejemplo. Ese individuo
extranjero no llegó solo, fue acompañado por otras decenas de compatriotas,
quienes no buscan comprar banano, sino cambur; algunos preferirán comprar a su símil
venezolano, otros, por diferentes situaciones seguirán comprando al verdulero
local. Pero nuestro verdulero ecuatoriano, es consciente de la competencia que
tiene, así que ahora hace promociones los lunes para no perder su clientela
(nacional y extranjera) misma que está siendo beneficiada indirectamente por
esa competencia que tiene ahora. A futuro quizá, nuestras culturas se mezclen y
enriquezcan, como ha ocurrido a lo largo de toda la historia, en todas las
civilizaciones en las que los flujos migratorios han sido constantes y han
detonado el crecimiento y la innovación. Nosotros, los mestizos todos, sabemos
que gracias a una diversidad étnica muy amplia es que tenemos ritmos
tropicales, sabores típicos, tradiciones amables y divertidas.
¿Por qué el miedo entonces? Es
nuestra oportunidad de crecer y mejorar como seres humanos, de extender una
mano a alguien que hoy lo necesita como ya lo necesitamos nosotros en el
pasado, en diferentes momentos de nuestra vida republicana; recordando que cada
necesidad en otro es una oportunidad para uno. Si hay más extranjeros, en poco
tiempo, necesitaremos más profesores, médicos, ingenieros, mecánicos,
arquitectos, publicistas, modelos, animadores, enfermeros, diseñadores,
editores, panaderos, carniceros, verduleros, arrendadores y un gigante y
contundente etcétera. De manera que no, el extranjero que hoy suplica ingresar
a tu país para sobrevivir, no te roba el trabajo, te obliga a mejorar, a
renovarte, a abrir tu mente y finalmente, como la economía no es una caja cerrada,
sino un intangible en constante expansión y evolución, esa masa de extranjeros
aportarán al crecimiento de la nación, de tu nación.