Nunca disfruté del deporte en mi
niñez. Era tímida y asustadiza, literalmente le tenía miedo al balón de básquet
cuando lo lanzaban a mis manos… era la frustración de cuanto profesor de
educación física cayera en mi salón; entiéndase que siempre fui de las más
altas de la clase y hacía gala de una total incompetencia deportiva. Eso no era
lo mío, a mí me gustaban dos cosas: el cine y la lectura. Sinceramente, todo
aquel que haya deseado inculcarme una disciplina deportiva en mi niñez y
juventud, merece una medalla por esfuerzo. Cosa aparte era el gimnasio, el
ejercicio controlado, que dependía de mí, me llamaba, me encantaba.
Al morir mi mamá, encontré en el CrossFit y el running la terapia que necesitaba para aliviar el dolor y dispersar
la mente. Luego, para mejorar en CrossFit comencé a recibir clases de
halterofilia de parte de un gran ser humano. Adquirí no solo fuerza,
elasticidad y resistencia, sino que entendí la importancia de la disciplina,
del sacrificio, de haber trabajado 9 horas seguidas pero saber que debes ir a
entrenar, que eso te dará energía y ayudará a drenar tu estrés acumulado.
Llegué a ir al box (lugar donde se
hace CrossFit) 6 días a la semana y halterofilia 2 días por semana. Por
diversos factores no puedo entrenar como quisiera en la actualidad, pero llegué
a entender una décima parte de la responsabilidad que el deportista carga sobre
sus hombros y tal vez una milésima si lo comparamos con un deportista de alto
rendimiento. No puedes comer cualquier cosa, empiezas a ver la comida como el
combustible necesario para hacer funcionar la máquina que es tu cuerpo, al que
obviamente no quieres llenar de combustible de mala calidad. Piensas dos veces
antes de aceptar ir a una reunión, porque debes descansar, para que el músculo
sane o pueda crecer, porque es posible que mientras tus amigos estén regresando
a casa tú ya estés calentando para entrenar. Tienes otra forma de caminar y ves
la vida de manera diferente.
Hace unos días Glenda Morejón
llenó de orgullo al Ecuador, luego, espero, de vergüenza. Conocimos a una joven
ibarreña de 17 años que consiguió SOLA la medalla de oro en el mundial juvenil
de atletismo en Kenia. La vergüenza claramente no es por ella, es por nosotros,
por el Estado y la sociedad en general. Nosotros que aceptamos incrementar el
número de asambleístas que, de izquierda o derecha, aprovechan para dormir en
las sesiones, como si los miles de dólares que reciben en sueldo, viáticos y comunicaciones
no les alcanzaran para comprar un energizante o café. Nosotros que nos quedamos
callados cuando se inventan un cuerpo de seguridad que resguarde en Europa a un
reciente expresidente y su familia «de manos limpias y corazones ardientes».
Nosotros que destinamos horas y dinero para suscripciones, camisetas,
calcomanías y cuanto producto de marketing se nos ocurran para apoyar a un
equipo de fútbol o a la selección del país. Entonces nosotros, somos los
irresponsables, que idolatramos el balompié a tal punto que pareciera que
negamos la existencia de otras disciplinas deportivas. Si a cualquier
ecuatoriano promedio se le pregunta el nombre de un futbolista nacional o
extranjero podrá responder en menos de diez segundos, pero posiblemente, si al
mismo ecuatoriano le preguntásemos el nombre de dos deportistas de alto rendimiento
y la disciplina en la cual nos representa, a los veinte segundos se excusaría y se iría sin responder.
La adolescente que el día de hoy
menciono es una marchista que contaba ya con dos títulos sudamericanos y una
copa panamericana y, sin embargo, recibía una beca de sesenta dólares mensuales.
Hace dos años debió ingresar al grupo de alto rendimiento y sin embargo,
horrorizados vimos cómo había tenido que entrenar este tiempo con zapatos con
huecos, competir con zapatos comunes (los atletas necesitan calzado adecuado
según su especialidad) y, finalmente, competir sin el apoyo de su entrenador.
Sí, a Glenda la dejamos sola. No la dejaron sola los asambleístas que buscan
joyería de diseñador mientras deberían estar trabajando, no la dejaron sola los
viejos políticos que nunca invirtieron en nuestros atletas, la dejamos sola
todos nosotros que nos conformamos con una vida sedentaria que ignora las
ventajas que el deporte nos trae, nosotros que pensamos que el deporte empieza
en el fútbol y termina en el básquet, nosotros que no exigimos mejor atención a
nuestros niños antes de que sean atletas, nosotros que no incentivamos la
curiosidad de nuestros hijos, sobrinos o vecinos por disciplinas no tan
explotadas, nosotros que cuando vemos las olimpiadas solo nos interesamos en el
vestuario el día de la inauguración pero ya tenemos puesta la alarma para el
próximo mundial de fútbol.
Dejemos de abandonar a nuestros
jóvenes, acertadamente se ha empezado a regar el semillero de atletas
ecuatorianos, pero aún nos queda un camino largo, sigamos exigiendo pero
también sigamos apoyando. Con indignación, escuchaba al subsecretario de
deporte referirse al estímulo económico que se le dará a Glenda en un tono muy
feo. «Es verdad que ellos merecen lo mejor, pero también tenemos que saber
quiénes son nuestros atletas… ‘trescientos dólares no es nada’, por favor es
una niña de diecisiete años, cuánta más plata le quieren dar».
Debo entender entonces que los
atletas que representan a la República deben pasar por un juicio moral y si lo
aprueban merecerán un mayor pago, allí sí importará su rendimiento supongo. Porque
verá, de querer, quisiéramos darle todo, yo quisiera cambiar el valor que
destinan al pago de equipos celulares de los asambleístas para pagar el
sacrificio de los atletas, nunca he visto a un deportista quedarse dormido a
mitad de carrera, pero los memes de asambleístas «descansando» proliferan en
las redes sociales. Entonces, tal vez no se trata de cuánto queremos «darle» a
la joven, sino del grado de respeto que anhelamos reciban, ya que pareciera que
todavía tenemos de cabeza nuestras prioridades como país. Queremos que se
cambie el premio al discurso barato de algunos funcionarios y autoridades por
un salario decente para los atletas que están dejando su vida en los espacios
deportivos. Pero señor Ibáñez, entiendo que a veces el cansancio nos hace decir
incoherencias y se puede caer en el vicio de la prepotencia como escudo cuando
no sabemos qué o cómo responder. Seguramente quiso decir algo como «el Estado
ecuatoriano se compromete a corregir este tipo de situaciones para que nuestros
jóvenes no tengan que volver a enfrentarse a condiciones paupérrimas, en las
que no pueden pagar su hidratación o se ven obligados a viajar sin entrenador
ni representantes, ya que esto influye en el estado anímico del deportista lo
que puede mermar su rendimiento; adicionalmente los trescientos dólares que se
le entregarán son un estímulo que se incrementará progresivamente conforme
avance su edad y categoría». Respondiendo con la calma que nos da la razón, con
la humildad que nos une al cargo y con sumo respeto hacia la actividad que
desempeña Glenda Morejón todo suena mucho más bonito.
Debemos promover el deporte,
enseñar que sí paga, que la gloria no se olvida y que el sacrificio ganará el
corazón de los más de dieciséis millones de ecuatorianos que respiramos en este
mundo. Confiemos que cuando cambiemos como ciudadanos, mejoraremos como nación.
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