jueves, 27 de julio de 2017

Glenda Morejón

Nunca disfruté del deporte en mi niñez. Era tímida y asustadiza, literalmente le tenía miedo al balón de básquet cuando lo lanzaban a mis manos… era la frustración de cuanto profesor de educación física cayera en mi salón; entiéndase que siempre fui de las más altas de la clase y hacía gala de una total incompetencia deportiva. Eso no era lo mío, a mí me gustaban dos cosas: el cine y la lectura. Sinceramente, todo aquel que haya deseado inculcarme una disciplina deportiva en mi niñez y juventud, merece una medalla por esfuerzo. Cosa aparte era el gimnasio, el ejercicio controlado, que dependía de mí, me llamaba, me encantaba.

Al morir mi mamá, encontré en el CrossFit y el running la terapia que necesitaba para aliviar el dolor y dispersar la mente. Luego, para mejorar en CrossFit comencé a recibir clases de halterofilia de parte de un gran ser humano. Adquirí no solo fuerza, elasticidad y resistencia, sino que entendí la importancia de la disciplina, del sacrificio, de haber trabajado 9 horas seguidas pero saber que debes ir a entrenar, que eso te dará energía y ayudará a drenar tu estrés acumulado. Llegué a ir al box (lugar donde se hace CrossFit) 6 días a la semana y halterofilia 2 días por semana. Por diversos factores no puedo entrenar como quisiera en la actualidad, pero llegué a entender una décima parte de la responsabilidad que el deportista carga sobre sus hombros y tal vez una milésima si lo comparamos con un deportista de alto rendimiento. No puedes comer cualquier cosa, empiezas a ver la comida como el combustible necesario para hacer funcionar la máquina que es tu cuerpo, al que obviamente no quieres llenar de combustible de mala calidad. Piensas dos veces antes de aceptar ir a una reunión, porque debes descansar, para que el músculo sane o pueda crecer, porque es posible que mientras tus amigos estén regresando a casa tú ya estés calentando para entrenar. Tienes otra forma de caminar y ves la vida de manera diferente.

Hace unos días Glenda Morejón llenó de orgullo al Ecuador, luego, espero, de vergüenza. Conocimos a una joven ibarreña de 17 años que consiguió SOLA la medalla de oro en el mundial juvenil de atletismo en Kenia. La vergüenza claramente no es por ella, es por nosotros, por el Estado y la sociedad en general. Nosotros que aceptamos incrementar el número de asambleístas que, de izquierda o derecha, aprovechan para dormir en las sesiones, como si los miles de dólares que reciben en sueldo, viáticos y comunicaciones no les alcanzaran para comprar un energizante o café. Nosotros que nos quedamos callados cuando se inventan un cuerpo de seguridad que resguarde en Europa a un reciente expresidente y su familia «de manos limpias y corazones ardientes». Nosotros que destinamos horas y dinero para suscripciones, camisetas, calcomanías y cuanto producto de marketing se nos ocurran para apoyar a un equipo de fútbol o a la selección del país. Entonces nosotros, somos los irresponsables, que idolatramos el balompié a tal punto que pareciera que negamos la existencia de otras disciplinas deportivas. Si a cualquier ecuatoriano promedio se le pregunta el nombre de un futbolista nacional o extranjero podrá responder en menos de diez segundos, pero posiblemente, si al mismo ecuatoriano le preguntásemos el nombre de dos deportistas de alto rendimiento y la disciplina en la cual nos representa, a los veinte segundos se excusaría y se iría sin responder.

La adolescente que el día de hoy menciono es una marchista que contaba ya con dos títulos sudamericanos y una copa panamericana y, sin embargo, recibía una beca de sesenta dólares mensuales. Hace dos años debió ingresar al grupo de alto rendimiento y sin embargo, horrorizados vimos cómo había tenido que entrenar este tiempo con zapatos con huecos, competir con zapatos comunes (los atletas necesitan calzado adecuado según su especialidad) y, finalmente, competir sin el apoyo de su entrenador. Sí, a Glenda la dejamos sola. No la dejaron sola los asambleístas que buscan joyería de diseñador mientras deberían estar trabajando, no la dejaron sola los viejos políticos que nunca invirtieron en nuestros atletas, la dejamos sola todos nosotros que nos conformamos con una vida sedentaria que ignora las ventajas que el deporte nos trae, nosotros que pensamos que el deporte empieza en el fútbol y termina en el básquet, nosotros que no exigimos mejor atención a nuestros niños antes de que sean atletas, nosotros que no incentivamos la curiosidad de nuestros hijos, sobrinos o vecinos por disciplinas no tan explotadas, nosotros que cuando vemos las olimpiadas solo nos interesamos en el vestuario el día de la inauguración pero ya tenemos puesta la alarma para el próximo mundial de fútbol.

Dejemos de abandonar a nuestros jóvenes, acertadamente se ha empezado a regar el semillero de atletas ecuatorianos, pero aún nos queda un camino largo, sigamos exigiendo pero también sigamos apoyando. Con indignación, escuchaba al subsecretario de deporte referirse al estímulo económico que se le dará a Glenda en un tono muy feo. «Es verdad que ellos merecen lo mejor, pero también tenemos que saber quiénes son nuestros atletas… ‘trescientos dólares no es nada’, por favor es una niña de diecisiete años, cuánta más plata le quieren dar».

Debo entender entonces que los atletas que representan a la República deben pasar por un juicio moral y si lo aprueban merecerán un mayor pago, allí sí importará su rendimiento supongo. Porque verá, de querer, quisiéramos darle todo, yo quisiera cambiar el valor que destinan al pago de equipos celulares de los asambleístas para pagar el sacrificio de los atletas, nunca he visto a un deportista quedarse dormido a mitad de carrera, pero los memes de asambleístas «descansando» proliferan en las redes sociales. Entonces, tal vez no se trata de cuánto queremos «darle» a la joven, sino del grado de respeto que anhelamos reciban, ya que pareciera que todavía tenemos de cabeza nuestras prioridades como país. Queremos que se cambie el premio al discurso barato de algunos funcionarios y autoridades por un salario decente para los atletas que están dejando su vida en los espacios deportivos. Pero señor Ibáñez, entiendo que a veces el cansancio nos hace decir incoherencias y se puede caer en el vicio de la prepotencia como escudo cuando no sabemos qué o cómo responder. Seguramente quiso decir algo como «el Estado ecuatoriano se compromete a corregir este tipo de situaciones para que nuestros jóvenes no tengan que volver a enfrentarse a condiciones paupérrimas, en las que no pueden pagar su hidratación o se ven obligados a viajar sin entrenador ni representantes, ya que esto influye en el estado anímico del deportista lo que puede mermar su rendimiento; adicionalmente los trescientos dólares que se le entregarán son un estímulo que se incrementará progresivamente conforme avance su edad y categoría». Respondiendo con la calma que nos da la razón, con la humildad que nos une al cargo y con sumo respeto hacia la actividad que desempeña Glenda Morejón todo suena mucho más bonito.


Debemos promover el deporte, enseñar que sí paga, que la gloria no se olvida y que el sacrificio ganará el corazón de los más de dieciséis millones de ecuatorianos que respiramos en este mundo. Confiemos que cuando cambiemos como ciudadanos, mejoraremos como nación.

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