Cuando elegí estudiar en una
universidad pública argentina, lo hice por su exigencia y superioridad
académica. Hay cosas que me encantan, otras que no, algunas que cambiaría y
otras que atesoraré por siempre. ¿El problema? La gente constantemente habla de
educación «gratuita» y esto es un adjetivo falso que se evidencia cada vez que
los educadores deben salir a las calles a pelear por un salario ligeramente más
acorde al invaluable trabajo que realizan: educar a futuras generaciones. Pero
este preciso punto erróneo desencadena una cantidad de problemas, intentaré
enfocarme en cómo nos afecta a los extranjeros.
La ilusión de gratuidad promueve
el nacionalismo, la xenofobia… ese aire de superioridad que llega al punto de
atentar contra los DD.HH., hoy, como muchas veces, me toca ser protagonista de
estas taras que arrastran diferentes sociedades latinoamericanas. Defiendo por
supuesto que la educación hasta tercer nivel sea subsidiada para aquellos que
demuestren un interés de superación, pero que su economía no lo permita. La
persona de escasos recursos a quien hoy se le subsidia la educación, será un
generador de riqueza el día de mañana, pero debe estar esto claro en la
ciudadanía, la educación es subsidiada por los impuestos de una mayoría que
trabaja, que produce y desde luego, que consume. ¿Es justo que una persona que siendo
un adulto y sin trabajar pasa sus vacaciones en Disney reciba este subsidio de
personas que trabajan 44, 50 o más horas a la semana?
Mientras mi novio me ceba un
delicioso mate de frutos rojos recuerdo las veces que, personas nacionales,
probablemente sin malicia, se han referido a la educación de los extranjeros
como un gesto de caridad que nos hacen. ¡CARIDAD! A mí, que trabajo desde los
17 años y continúo con esa tradición que me permite ser libre y responsable.
Recibir un sueldo o pago por horas, pagar impuestos por absolutamente cada
producto manufacturado, en la luz, el gas, la salida de divisas, el arriendo,
el agua… es que los impuestos son como el oxígeno, no los ves, pero están en
todo lugar. Es con esos impuestos que se subsidia la educación en este, en mi
país y otros cuantos de América Latina. Acá también se subsidia la salud
pública, pero mientras puedo pagar una opción privada, lo hago. Estoy muy
satisfecha con los servicios públicos (subsidiados) y los privados, que uso
mientras vivo acá. Es gracias a esas horas de trabajo que hago semanalmente que
yo, Maritza De La Cruz Mendoza, tendría cero problemas con pagar un arancel
universitario y aun pagando, seguiría eligiendo la universidad pública, misma
que he llegado a amar con locura. Lo haría porque es justo y porque sería una
excusa menos para los xenófobos que siempre intentan callarte porque «venís a
estudiar gratis».
Curiosamente, pese a lo que se pueda creer, jamás he recibido
comentario o comportamiento nacionalista de un macrista. Tal vez lo saben
disimular o tal vez he tenido la suerte de conocer gente de esa tendencia con
un conocimiento económico más amplio, pero es la segunda vez en quince días que
recibo un ataque directo de un seguidor de la señora Fernández, curiosamente,
sin yo hablar de política, porque ni Macri ni Cristina son opciones que se
consideren en mi núcleo. Yo soy liberal y ni el uno ni la otra lo son, así que
no los nombro y, en lo posible, para no estresarme, no los pienso.
Después de haber recibido
agresiones físicas y verbales, por parte de un extenso grupo de seguidores del
Socialismo del Siglo XXI, tampoco ejerzo mi derecho a la libertad de expresión –política-
dentro de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la
que estudio. Es dentro de este contexto que, una señora –completamente desconocida-
se ha metido en un diálogo entre mi novio y nuestros amigos de la verdulería y
ha conseguido decir que:
1) La
gente de Macri es violenta.
2) Ella
defiende a Cristina.
3) Yo
no debo hablar porque he venido a estudiar gratis a Argentina. (De nuevo, yo no
estaba conversando, estaba contando mi dinero para pagar las verduras que
compré con mis horas como profesora de fotografía).
4) Que
debo volver a mi país a ver si allá consigo educación gratuita. (Inserte fuerte
carcajada interna aquí).
5) Que
está bien cuando golpean a extranjeros porque «algo habrán hecho» (Lea
nuevamente el punto 1).
Ante esto, claramente respondí,
mi novio secundó, el público en shock sin entender qué pasaba hasta que una de
las vecinas se acercó a darme la mano y a aclarar que no todos piensan como aquella
señora, que no me sienta mal.
Estas escenas se repiten porque
algunas personas ven la educación de extranjeros en universidades públicas como
el mendigo que sentado en la acera recibe unas monedas sin hacer nada productivo
(por elección o infortunio). Yo hice ya una carrera, levanté ya una empresa en
la cual pude emplear a diversos grupos de personas, tuve ya compañeros de
trabajo fenomenales (sabios, talentosos, creativos, asertivos), crecí ya gracias
a las correcciones de grandes maestros y también ya me mandaron por una taza de
café. Saqué fotocopias de los contratos de actores en una película y negocié
proyectos por miles de dólares, me pusieron cero en una evaluación y me condecoraron
en la Benemérita Sociedad Filantrópica del Guayas.
Paradójicamente, cuando intentan
hacerte un favor que no has pedido, terminan poniéndote un grillete imaginario.
Te regalan sumisión, te sacan el derecho a dignidad.
Mi vida, en contadas ocasiones ha
sido fácil, he pasado de no tener más que agua con azúcar para sobrevivir un
par de días a tener la nevera llena de productos saludables. La vida no es fácil,
ni para el local ni para el migrante, NUNCA, pero se puede salir adelante con
dignidad, sin caridad. Si tienes una meta no esperes a que el universo conspire
a tu favor, eso es basura. Sal, prepárate, esfuérzate, sacrifica un par de
cosas y persevera y si en el camino encuentras dónde puedo firmar para pagar
aunque sea una matrícula por mi educación, avísame, porque no puedo más con
este sentimiento de mendicidad que intentan sembrarme personas que entienden
cero de razones, de economía y de humanidad. Quiero tener derecho a opinar, a estar, a que se cumplan los derechos que te regala la libertad.
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